#REFLEXIÓNIBERO: ¿Cuál es la importancia del acompañamiento en la eutanasia?

Dom, 29 Ene 2017
Frente a la eutanasia y el suicidio asistido, podríamos crear una cultura de cuidado para el final de la vida: Mtro. Carlo Clerico
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Mtro. Carlo Clerico*

Escribir sobre la eutanasia constituye un enorme reto; pero es precisamente por ello que resulta indispensable hacerlo, porque sólo abriendo múltiples espacios de diálogo y reflexión podremos construir "una verdad más verdadera", que nos permita encontrar luces para iluminar un camino que hoy resulta todavía oscuro y complejo.

La pregunta central a discusión en esta ocasión tiene que ver con el acompañamiento en situaciones en las que el paciente, con o sin el acuerdo de sus familiares, solicita la terminación anticipada de la vida, pide ayuda para cometer suicidio o expresa la voluntad de no seguir adelante con algún tratamiento médico.

Para arrancar, vale la pena recordar las definiciones que nos permitirán discernir y clarificar las diferencias entre estos tres casos.

Eutanasia. La misma etimología invita ya a la discusión, pues la palabra, que proviene del griego εὐθανασία (euthanasia) podría ser traducida como “muerte dulce” o “buena muerte”. De acuerdo con la definición más básica, la eutanasia es la “intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura” [1].

Existe una amplia clasificación que pretende distinguir las acciones que llevarían a la muerte a un enfermo con pronóstico terminal: sin embargo, en términos generales y para evitar confusiones, hablemos aquí de la eutanasia activa y pasiva.

La primera contempla la eutanasia activa directa: cuando se realiza una acción concreta para terminar con la vida del paciente; por ejemplo, suministrar la dosis letal de algún químico, y la eutanasia activa indirecta, que se refiere a la acción de suministrar un analgésico que busca en realidad inhibir la conciencia de pacientes con pronóstico terminal para evitar dolores muy fuertes, y en la que la muerte ocurre como resultado de un efecto colateral (conocido y altamente probable) del medicamento suministrado.

En todos los casos de eutanasia activa, el médico suministra directamente los medios con intención de provocar la muerte del paciente. Prácticamente, en ningún sitio del mundo es legal a excepción de Holanda, Bélgica y Luxemburgo. La discusión ética sobre la eutanasia activa es sin duda la que provoca reacciones más polarizadas.

Existe también la práctica conocida como Muerte Asistida o Suicidio Asistido (PAD, por sus siglas en inglés: Physician Assisted Death) y se refiere al caso en el que el paciente ha solicitado repetidamente la terminación de su vida, y el médico le provee de los medios para que lo haga él mismo (típicamente con alguna dosis letal de medicamento que se ingiere por vía oral). Esta práctica es legal en los mismos países donde se permite la eutanasia, además de Suiza, Canadá, los estados de Oregon, Washington y Montana, en Estados Unidos, y el Territorio del Norte, en Australia.

La ortotanasia, también conocida como eutanasia pasiva -en mi opinión, erróneamente-, se refiere a la decisión del paciente de evitar la obstinación terapéutica [2], coloquialmente llamada encarnizamiento terapéutico, es decir, la prolongación mediante tratamientos desproporcionados, innecesarios e inútiles para prolongar temporalmente la vida sin ninguna perspectiva de cura. Esta decisión llevará inevitablemente al paciente a la muerte pero no por alguna acción directa, sino por la suspensión o negación de algún tratamiento, y con el objetivo de evitar prolongar la vida de modo artificial.

Típicamente, el paciente declarará su intención de no permitir más tratamientos (voluntades anticipadas o testamento vital) después de ser asesorado por un grupo de médicos y por los miembros del comité de ética del hospital donde lo han estado tratando, lo que le da una mayor posibilidad de reflexión a él y a su comunidad. En nuestro país, esta práctica es legal en la Ciudad de México, Aguascalientes, Coahuila, San Luis Potosí, Hidalgo, Michoacán y Chihuahua, y otros estados están ya discutiendo leyes similares.

Con la intención de provocar el diálogo y la reflexión ética, comparto aquí mi opinión sobre los tres temas. Al hacerlo, debo confesar, que en los últimos 16 años, tiempo en que he tenido el privilegio de acompañar a decenas de niños, adolescentes, adultos y hombres y mujeres mayores en las semanas previas a su muerte, he vivido momentos de claridad y de sombras; de amor y de miedo; de paz y de frustración. He gritado en silencio por la llegada de la muerte de alguien, y pedido también por claridad y luz para la vida. Entiendo por ello, la enorme dificultad para construir una reflexión ética “definitiva”, y las enormes pasiones (que se construyen desde el dolor y el miedo) que generan una discusión antagónica, polarizada y extrema.

Una opinión

Cuando frente a un moribundo, quienes acompañamos logramos desplegar un nivel profundo de empatía, no es difícil advertir que el sentido de la frase “quiero morir” la mayoría de las veces significa: “no quiero vivir así”, y la diferencia es fundamental.

Frente a la eutanasia y el suicidio asistido, podríamos crear una cultura de cuidado para el final de la vida, construida alrededor de la medicina paliativa y extendiéndola a los demás ámbitos del acompañamiento, la psicoterapia y la guía espiritual.

Antes que legislar sobre la eutanasia, los gobiernos, las organizaciones de la sociedad civil, las iglesias, quienes acompañamos y, desde luego, los mismos pacientes y sus familias, deberíamos luchar con mucha mayor fuerza para asegurar el acceso gratuito y universal de los pacientes con pronóstico terminal a estos cuidados paliativos integrales de alta calidad y tecnología, pues cuando existen y funcionan, el número de pacientes que piden morir es claramente menor [3].

Sin embargo, aún con la medicina paliativa, todavía algunos pacientes piden adelantar su muerte (otros cientos sin acceso a los cuidados paliativos) y por lo tanto, el debate público sobre la muerte asistida y la eutanasia debe continuar pues necesitamos arrojar mucha más luz al tema, desde múltiples miradas.

Después de más de una década y media de mirar con cariño y dolor a tantos moribundos, mi postura en este debate es la siguiente: provocar o facilitar la muerte de alguien para evitarle y evitarnos el sufrimiento físico y/o psicológico, es resultado de una concepción muy desafortunada del sentido del dolor y del fracaso, que ha contaminado de manera notable la noción de lo que debería ser morir. En consecuencia, no estoy a favor ni de la eutanasia ni del suicidio asistido.

Esta concepción, en mi opinión equivocada sobre la muerte, surge de la deficiente formación que hemos recibido, al menos en el occidente posmoderno, en relación con lo que “son” el éxito y el fracaso y en general con la adversidad. Por querer protegernos de ella, hemos sido educados (y educamos) de modo tal que crecemos limitadísimos para enfrentarla y por tanto nos es imposible ver que la adversidad es la plataforma para la resiliencia, y ésta es una profunda maestra de la conciencia.

En este mundo contemporáneo en el que el dolor psicológico es percibidos tan negativamente, y en el que vivimos tan profundamente angustiados por sentir miedo, tristeza o frustración, no sabemos cómo mirarnos o qué hacer en medio de la adversidad.

Por supuesto, el dolor físico extremo es en ocasiones tan tremendo que es capaz, y con razón, de distorsionar -mientras se vive- cualquier reflexión o consideración ética, pero cuando ocurre, la solución no parece ser anticipar la muerte, sino intervenir como hemos dicho con la medicina paliativa que ha logrado extraordinarios niveles de respuesta frente al dolor.

También es cierto que algunas veces no basta con disminuir el dolor, pues para algunos que están por morir “esa no es vida”. Ahí es donde el acompañamiento de la comunidad cercana y de los profesionales de la ayuda puede ser útil, pues también para el moribundo es necesario construir verdad a varias manos.

Normalmente vemos que quien se encuentra en esta situación descubre en la reflexión compartida que “ésta 'es' la vida” y que a pesar de tanto dolor, todavía 'es'. Además, desde ahí resulta posible descubrir para el moribundo que “esta vida”, quizá como ninguna otra en esa comunidad, es capaz de transformar de manera profunda y a veces radical la mirada y la conciencia de muchos, precisamente por la resiliencia que surge del dolor, de la enfermedad y desde la misma muerte.

La cercanía a la muerte es maestra, no sólo de quien está por morir sino de manera particular de quien muere también un poco alrededor de esa cama de casa o de hospital. Pero es necesario para ello entender que frente a la muerte no hay éxito o fracaso. Lo que hay delante de la muerte es la vida.

Opino de modo contrario frente a la ortotanasia.

Estoy a favor, paradójicamente, con el mismo argumento, pues me parece que es justo la limitada formación sobre la adversidad y de modo puntual, sobre el fracaso, que orilla a los médico y hospitales a la obstinación terapéutica que hasta donde yo he podido ver, nunca es un bien.

Cuando el paciente se niega a seguir recibiendo estos tratamientos desproporcionados e inútiles para curar, no está adelantando la muerte de modo artificial, sino aceptando el curso del final de su vida; cuando esto ocurre, muchas veces es posible morir en casa, acompañado, en comunidad y esto, hasta donde yo he podido ver, siempre es un bien.

Luego hay que considerar que muchas veces el encarnizamiento terapéutico sí ocurre como resultado de la malformación ética y la abusiva, negligente y hasta criminal postura de algunos, que ven en la prolongación artificial de la vida, una oportunidad de hacer más dinero.

La muerte natural que surge de la decisión de no recibir medios artificiales inadecuados para la vida (aunque busquen, en teoría, prolongarla), resulta una gran enseñanza para transformar el concepto que hemos construido alrededor del “fracaso” y desde luego, del “éxito”.

¿Cómo hacemos pues para acompañar bien en este límite humano?  A lo largo de esta reflexión hemos ya construido alguna propuesta, que podría ser explicada desde los tres elementos que guían a todo acompañamiento humanista:

1-. La congruencia, que obligará a la reflexión profunda sobre el final de la vida. Sin este diálogo, a la vez inmanente y extrovertido, no será posible acompañar. Permitirá además que el acompañante se descubra a sí mismo en esta frontera humana, y con ello logrará también ser alcanzado por la onda expansiva de conciencia que surge desde la cama de quien está por morir.

2.- La aceptación positiva incondicional desplegará el espacio en donde la comunidad del moribundo podrá lograr paz, aprovechando la luz del humanismo en la que se verá reflejada cuando interactúa con quien acompaña. La suspensión del juicio, servirá además como elemento que facilitará la tan necesaria construcción de verdad a varias manos en esa comunidad.

3.- La empatía, que no es otra cosa que el modo humano de amar, provocará en quien acompaña la activación de la generosidad y la compasión. Desde ahí, será posible para el moribundo y su comunidad mirarse también con mayor compasión y, entonces, poder discernir con más paz.

Porque sea cual sea tu postura frente al tema, si te ves en la necesidad de acompañar una situación así, lo que seguro será un bien es que facilites la posibilidad de discernir la vida… frente a la muerte.

*El Mtro. Carlo Clerico es académico de Desarrollo Humano en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México

Citas

[1] Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Obtenido de: http://dle.rae.es/?id=H7n2lXw

[2] Conocida también como distanasia.

 

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